Realidad contra Emoción

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« Publicado el: 28/08/2022 »

Yo estuve allí. Yo viví el momento y lo hice con la suficiente madurez como para tomar una decisión atendiendo a la realidad del tiempo en el que me movía. Mi primer ordenador lo elegí yo con el criterio que tenía en el instante de la compra y recuerdo que lo hice después de pensarlo mucho porque la inversión de aquella máquina fue un desembolso importante. Antes de adquirir mi Oric-1, usé algunos otros ordenadores, un ZX-81, un Commodore PET 2001 Series, un Vic-20 y sobre todo, un NewBrain posesión de mi hermano, por lo que no lo hice a la ligera.

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La búsqueda de mi ordenador ideal en aquel momento pasaba por encontrar la perfecta relación entre el dinero que costaba y sus características técnicas. La cantidad de software que tuviera la máquina no era un factor determinante, aunque curiosamente, fue un programa lo que me influyó de forma decisiva a la hora de adquirir mi sistema, pero eso fue algo anecdótico. La cantidad de software no lo percibía como algo a tener muy en cuenta porque mi objetivo era desarrollar mis propios programas. En cualquier caso, la oferta de programas de las maquinas disponibles, la mayoría recién salidas al mercado, solía ser pequeña. Aun más si tenemos en cuenta que los vendedores no se preocupaban por ese detalle. No había casi software accesible en los comercios.

Recuerdo mi búsqueda por las pocas tiendas que a principio de los 80 se establecieron en pro de un negocio que se veía muy rentable por la enorme demanda que había y la oferta tremendamente limitada. Mención especial a la formación específica de los dependientes en general, que era escasa y concreta de los sistemas que vendían. Cualquier pregunta fuera del manual les ponía en un aprieto.

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Las máquinas que se vendían en esa época no tenían un carácter lúdico en el sentir de la persona media que trataba de adquirirlas. Eso fue a posteriori, aunque no tardó demasiado. Se vendían para ser usadas como elementos de control de aplicaciones profesionales o de desarrollo técnico, pero desde el minuto uno, a nivel personal, siempre pensé que hacer juegos con el ordenador que me pillara era mi objetivo. Así que cuando finalmente conseguí el dinero suficiente como para comprármelo inicié una búsqueda exhaustiva dentro de la oferta que había.

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Describo la limitada oferta que había en aquellos tiempos, a la que yo tuve acceso. El Vic-20 tenía solo 5k de RAM que descarté automáticamente. El Commodore 64 tenía un precio muy elevado y no era para mí por una simple cuestión de presupuesto. Además, me parecía un despropósito el que necesitase comprar aparte una unidad lectora de casete específica de la marca, nada económica por otro lado. El ZX-81, popular en aquellos días, era poco ms que un juguete comparado con el resto, por lo que ni siquiera lo contemplé. El ZX-Spectrum acababa de salir, por lo que su popularidad aun tardaría en establecerlo como una posibilidad real. Adicionalmente su teclado de goma con un uso tan particular no se ajustaba a mi forma de entender aquel mundo en el que me quería meter.  Una pequeña tienda local había incorporado a su catálogo el Dragon-32. Este ordenador tenía un precio a medio camino entre el que finalmente elegí y el 64, por lo que tampoco fue una opción. Hubo algunos otros sistemas que no se convirtieron en exitosos, pero que se vendían, la mayoría muy caros como para poder permitírmelo y por supuesto, al menos donde yo vivía, otras opciones eran inaccesibles porque los comerciantes de aquellos años no los tuvieron en cuenta. Sistemas Atari 8 bits, Apple II o Jupiter Ace, por poner tres ejemplos, no llegaron nunca a la zona donde yo me movía, o al menos yo no recuerdo haberlos visto en negocio alguno en aquellos días, aunque dudo que, salvo el Jupiter Ace, tuviera el capital necesario para comprarlos.

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Cuando miro atrás y veo la información tan limitada que había, al tiempo que hoy romantizamos la época, los aparatos, e incluso el software que se desarrolló para ellos, comprendo que hay una diferencia difícil de superar entre la realidad y las emociones que entran en juego al observar y describir el pasado. Recientemente adquirí, usando una aplicación de compra-venta, un paquete de revistas de informática de aquellos años: “El Ordenador Personal”, publicación que yo compraba cuando salió, incluso antes de tener mi primer ordenador y de la que aún conservo números. Esta revista trataba de atender los sistemas del momento ofreciendo información sobre ellos, pequeños programas, cursos de uso y por supuesto novedades sobre informática en general.  Lo que me llevó a escribir este artículo fue la publicidad que se incluía en cada número. Tiendas que vendían todo tipo de aparatos, normalmente, aunque no únicamente, los más populares. Estos anuncios describían los ordenadores, añadiendo generalmente una fotografía o dibujo del aparato y por supuesto, sus precios. Y es aquí donde quiero detenerme porque eso marcaba una gran diferencia.

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 Actualmente cuando se habla de que ordenador de 8 o 16 bits es mejor o peor, se suele recurrir a las características técnicas del aparato, su cantidad de software, o incluso su popularidad, pero estas cuestiones estaban determinadas por elementos que se relacionaban con el coste de la máquina en el momento de salir, y de un futuro que actualmente es pasado, refiriéndome a su biblioteca de programas o a la popularidad de la máquina. Pongamos como ejemplo un Commodore 64 y un ZX-Spectrum.  Dos ordenadores muy populares cuya diferencia de precio era de casi el doble en el momento de salir. Es imposible comparar ambos teniendo en cuenta solo las características de cada uno. Su franja de precio los hacia ocupar rangos distintos de mercado. Es como comparar en el mundo del motor, un Seat Panda con un Volvo-240. Estaban destinados cada uno a un público concreto, con nivel adquisitivo diferente.

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Por eso, cuando yo compré aquel Oric-1, comparado con lo que había disponible, fue la opción adecuada bajo esta premisa, porque no solo tecnológicamente era lo más avanzado dentro de la categoría de precios a la que yo podía acceder, sino también dentro de la gama de aparatos disponibles en los comercios locales. El Oric-1 salió a competir en el convulso mercado de la informática de la época dentro de la categoría de precio en el que se encontraba el VIC-20 y el ZX-Spectrum. Este último fue un éxito comercial rotundo, sobre todo porque venía avalado por el también exitoso ZX-81, pero dentro del mismo nivel de precio, atendiendo a las especificaciones técnicas y a la construcción del aparato, el Oric-1 ofrecía más por el mismo dinero en el momento en el que lo adquirí. 

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Este no es un discurso en contra o a favor de ninguno de los ordenadores que poblaron las tiendas de aquellos años. Es la retrospectiva visión del recuerdo de un momento de cambio, de elección de un camino que cambiaría mi vida, del sistema que lo inició y de las circunstancias y contexto que me llevaron a ello. A mi no me tocaron las discusiones de la época en los patios de colegio sobre que ordenador era mejor dado que ya había superado esa fase al estar en el instituto, pero las veía constantemente en las publicaciones del momento. Actualmente las he revivido en las entretenidísimas reuniones mensuales que organizamos en Canarias Go Retro, así como en las diferentes redes sociales en las que estoy, referentes a la informática clásica. Hace algún tiempo que llevaba pensando en estas cuestiones que finalmente plasmo en estas líneas.  Un punto de vista que entiendo que se ajusta a la realidad que yo viví y que trato de alejar del lado sentimental para postrarme a la realidad que mi recuerdo me permite, siendo consciente que la objetividad es una meta que se plantea como propósito, pero no como fin, imposible de conseguir.

Magoric. 

(Miguel Ángel Ramos)